Para la gloria de Jesucristo y la extensión del Reino
de Dios en la tierra
Para la gloria de Jesucristo y la extensión del Reino
de Dios en la tierra
Alabad a Dios: Esta es la invitación genial del salmo 150, el último de la Biblia. El Pueblo es motivado y exhortado a alabar a Dios con himnos cantados y con instrumentos musicales. En el Antiguo Testamento Dios es alabado por el Pueble elegido. Hoy también Dios es alabado por su Nuevo Pueblo, que es la Iglesia, que somos nosotros. Este salmo 150, sin mencionar las crisis del pueblo, ni las tempestades, ni los enemigos, es alabanza pura, es alegría, es felicidad...
En este salmo 150 aparece la música como nuestra respuesta a los “hechos poderosos” en los que se basan todas nuestras actividades y el trabajo. Nuestra mejor respuesta a las grandes obras de Dios es alabarle can cánticos y danzas al son de instrumentos musicales.
El Salmista nos da a entender de que la música en realidad es un trabajo importante. Sin embargo, más allá de darnos a entender de que la música sea importante nos quiere enseñar de que con instrumentos musicales se permite alabar a Dios con más fuerza y con más alegría. Esto trae a nuestro recuerdo aquel himno católico que dice: “No debe estar triste el corazón que alaba a Dios”.
Alabad a Dios en su Santuario. El Santuario de Dios es el lugar más apropiado para su alabanza. Dios está en todas partes; y en todas partes podemos adorarlo; pero podemos hacerlo mucho mejor con más recogimiento en su Santuario.
Alabadle en su majestuoso firmamento. El amplio firmamento, con todo su poder de tormentas y clima, es también un lugar adecuado para la alabanza a Dios. Dado que el firmamento se expande de horizonte a horizonte, nos dice que Dios debe de ser colocado en todo lugar bajo el cielo.
Alabadle por sus hazañas. Esta es la razón fundamental para alabar a Dios en su Santuario. Las obras que Dios hizo para liberar a su pueblo de la esclavitud en Egipto fueron poderosas... También para nosotros, Dios ha hecho obras poderosas. Dios ha hecho cosas grandes y admirables, y ninguna mayor que la que Jesús ha logrado en la cruz y en la tumba vacía. El Salmista, cantante del salmo 150, solamente tenía un conocimiento velado de ello; pero la demostración final del poder de Dios vendría en la resurrección de Jesús (Efesios 1:19-20). Por esto y por todas sus proezas, debemos de alabarlo.
Alabadle conforme a la muchedumbre de su grandeza. Es correcto alabar a Dios por las cosas poderosas que hace; hay tal vez algo más grande en alabarlo por quién es Él, en toda la excelencia de su grandeza. Es una grandeza que sobrepasa y que está por encima de todas las demás en todo el universo.
Todo ser que respira alabe al Señor. El salmista termina invitando a la alabanza a "todo ser vivo" (cf. Sal. 150, 5), literalmente a "todo soplo", "todo respiro", expresión que en hebreo designa a "todo ser que alienta", especialmente "todo hombre vivo" (cf. Dt. 20, 16; Jos. 10, 40; 11, 11.14). Por consiguiente, en la alabanza divina está implicada, ante todo, la criatura humana con su voz y su corazón. Juntamente con ella son convocados idealmente todos los seres vivos, todas las criaturas en las que hay un aliento de vida (cf. Gn. 7, 22), para que eleven su himno de gratitud al Creador por el don de la existencia. En línea con esta invitación universal se pondrá san Francisco con su sugestivo Cántico del hermano sol, en el que invita a alabar y bendecir al Señor por todas las criaturas, reflejo de su belleza y de su bondad (cf. Fuentes Franciscanas, 263).
Señor: Yo quiero entrar
en tu Santuario para adorar.
Dame manos limpias,
un corazón puro y, sin
vanidades, enséñame a amar.