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Jesús de Nazaret - Rey de reyes - es el protagonista de aquella profecía de Isaías que dice: “Se entregó a sí mismo a la muerte y fue contado entre los malhechores (Is. 53, 7-8.12). En cumplimiento de esa profecía, a Jesús lo crucificaron en medio de dos personajes anónimos. Eran dos hombres que el Evangelio no dice cómo se llamaban; sólo nos dice que eran malhechores, salteadores o ladrones. A estos bandidos, amigos de lo ajeno, despiadados sicarios, sin lugar a duda, los cogieron y los condenaron a la pena de muerte en la cruz por todas sus fechorías. Jesucristo, siendo inocente, recibió el mismo castigo.

 

La escena de la crucifixión es impresionante y conmovedora. Jesucristo fue humillado por los hombres. Muchos de los espectadores y de los transeúntes se burlaban y le decían: “Si eres el Hijo de Dios, bájate de la cruz y creeremos en ti… Si eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo…” (Mt. 27, 39-44; Lc. 23, 37). De la misma manera lo injuriaban los otros dos que estaban crucificados con Él. Así le decía uno de los ladrones: “¿No eres Tú el Cristo? Sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros” (Lc 23, 39). Este malhechor furibundo, sin temor a Dios, sin fe y sin esperanza, seguía soñando con un paraíso en la tierra. Lamentable la actitud de este personaje y la de todos aquellos que ni siquiera en el trance de la muerte se arrepienten de sus maldades; y admirable el final afortunado del ladrón que estaba crucificado a la derecha de Jesús, porque misteriosamente una luz empezó a brillar para él. Este hombre pecador recuerda sus maldades, se reconoce culpable, siente dolor por sus pecados, confiesa que Jesús es inocente y que Él es Rey; y, al creerlo así, se encomienda en sus manos con esta valiosísima petición: “Acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino” (Lc. 23, 42). Y Jesús le respondió inmediatamente con esta sublime promesa: “Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso” (Lc. 23, 43).

 

Esta respuesta de Jesús al ladrón arrepentido es una efusión de piedad y de misericordia. Este feliz penitente no se sintió abandonado. El ladrón pide solamente un recuerdo, pero Cristo le promete el paraíso del cielo. Esta segunda palabra es una revelación de Cristo Salvador y Redentor, de Cristo Buen Pastor, de Cristo Mesías que se encarnó en la tierra para abril las puertas de la misericordia. En las tinieblas del Gólgota brilló la luz de la esperanza.

 

Hoy el mundo necesita hombres, como Cristo, que sepan escuchar las quejas del hermano que sufre; que sepan hablar con palabras de aliento y esperanza; que sepan prender la luz en las tinieblas del hermano que yerra.

 

En la cumbre del Calvario, Jesús fue proclamado Rey en el título que le pusieron sobre la cruz, para declarar por qué lo condenaron a la pena de muerte. A Jesús Nazareno, Rey de los judíos, le pidieron la prueba de su poder, si se bajaba de la cruz… así podrían creerle. Pero Jesucristo no se bajó de la cruz… porque, por encima de demostrar sus poderes mesiánicos, Él quería darnos la prueba más grande de su amor, la de entregarnos su misma vida; y porque quería enseñarnos que, para llegar a la gloria del cielo, hay que aceptar la cruz.

 

En aquel Calvario del primer Viernes Santo los malhechores eran dos. En nuestros Calvarios de hoy los malhechores son muchos; y son seres humanos que viven sin Dios y sin ley; y hay algunos que hasta se drogan para cometer sus delitos atroces, para robar, herir y matar; y actúan como aquellas fieras salvajes que se lanzan despiadadamente sobre sus víctimas para devorarlas.

En la actualidad, los malhechores han invadido las calles de las grandes ciudades; y sus acciones violentas, con el solo hecho de verlas por televisión, nos llenan de temor y nos roban la calma. Nos preocupa sobremanera el alto índice de delitos contra la vida y la propiedad privada de los seres humanos. El respeto a la dignidad de la persona humana se ha perdido. Hoy, más que en otros tiempos, la humanidad está muy enferma espiritualmente… y necesita una buena dosis de medicina espiritual, que sirva fundamentalmente para fortalecer los valores del comportamiento ético o moral. Es bueno, por ejemplo, que aquellas leyes divinas que inicialmente fueron grabadas en tablas de piedra, ahora sean escritas en los corazones de todos los seres humanos; me refiero a aquellos mandamientos de la ley de Dios que dicen: “No matarás” - “No robarás” - “No cometerás adulterio”.

 

Acudamos a Jesús Misericordioso y supliquémosle que le toque el corazón a los malhechores, a los ladrones y a los criminales, para que se arrepientan de sus maldades, se conviertan y se salven (Cfr. Is. 55, 6-7). No olviden los malhechores - y no olvidemos todos - que para obtener el perdón de los pecados y llegar al paraíso del cielo hay que acudir a Jesucristo, como lo hizo el “buen ladrón”, con un corazón arrepentido, con humildad y con fe. Acudamos a Jesucristo porque Él es nuestra única esperanza de salvación. Si un Rey agonizante tuvo poder para salvar a un malhechor, cuanto más podrá hacerlo ahora que vive eternamente para interceder por todos los pecadores (Hb. 7, 25).

 

Aprovechemos - hermanos - este tiempo de gracia y preocupémonos por buscar la puerta santa de la misericordia; y esforcémonos por entrar por esa puerta divina, para que obtengamos el perdón de nuestros pecados y lleguemos al paraíso del cielo.

 

Oh buen Jesús: Tú que aguantaste el suplicio de la cruz, con la fuerza del amor, danos fuerza para aguantar también nosotros la cruz de nuestra vida. Tú que perdonaste al ladrón arrepentido, perdónanos también a nosotros y no permitas que los malhechores sigan cometiendo abusos. Oh buen Jesús: Enséñanos a respetar y amar la vida; enséñanos a respetar los bienes de los demás; y sigue hablándonos del paraíso del cielo, de la muerte y de la redención. Amén.

Oficina Cr. 9 N° 10 - 34 Garagoa Cel: 310.214.49.78

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