Para la gloria de Jesucristo y la extensión del Reino
de Dios en la tierra
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de Dios en la tierra
DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCIÓN
Hch. 10, 34ª. 37-43: Nosotros hemos comido y bebido con Él después de su resurrección.
Col. 3, 1-4: Buscad los bienes de arriba…
Jn. 20, 1-9: Él había de resucitar de entre los muertos.
Cristo resucitó - ¡Aleluya! ¡Aleluya¡ - Y de la muerte nos salvó - ¡Aleluya! ¡Aleluya!
Hermanas y hermanos: Hemos llegado al tiempo litúrgico de la Pascua. Después de haber celebrado con mucha piedad y devoción los misterios de la pasión y muerte de Jesucristo, hoy celebramos con desbordante alegría el misterio de su gloriosa Pascua de resurrección. La Pascua de Jesucristo es su paso de la muerte a la vida. La Pascua de Jesucristo, que es también nuestra Pascua, es el paso de las tinieblas a la luz, de la esclavitud a la libertad y de la muerte a la vida. En este tiempo glorioso de Pascua, que es de cincuenta días y que culmina con la fiesta de Pentecostés, contemplamos las diversas manifestaciones de Jesucristo resucitado a sus discípulos.
La Pascua de la resurrección de Jesucristo es el centro y el corazón de toda la liturgia cristiana y la cumbre de la historia de la salvación. La prueba de la resurrección de Jesucristo gira básicamente en torno al hecho del sepulcro vacío contemplado por María Magdalena y las vendas en el suelo y el sudario aparte que descubrieron los apóstoles Pedro y Juan. Después de la Ascensión de Jesucristo al cielo, los apóstoles dan testimonio de la muerte y de la resurrección de Cristo. El apóstol san Pedro dice a los judíos: “Vosotros matasteis al autor de la vida; pero Dios lo ha resucitado de entre los muertos” (Hch. 3, 15).
Jesucristo resucitó de entre los muertos y está vivo. Jesucristo, pasando por la muerte, venció la muerte y se levantó victorioso del sepulcro. Él mismo lo había anunciado de antemano: “El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres, le matarán, y al tercer día resucitará” (Mt. 17, 22-23). Jesucristo resucitado se convirtió en autor de salvación eterna.
Jesucristo resucitó de entre los muertos como “primicia de los que duermen” (Iª Cor. 15, 20-28). La primicia es el primer fruto de la cosecha ofrecido a Dios. Que Cristo haya resucitado como primicia de los que duermen, significa que Él resucitó como anticipada ofrenda de la resurrección de los cristianos. Cristo triunfó de la muerte enfrentándose con ella en su mismo terreno. La verdad que nos enseña san Pablo es que «si Cristo resucitó, también nosotros resucitaremos».
En Cristo resucitado tenemos vida nueva. Con su resurrección, Cristo nos ha dado vida eterna. En Cristo resucitado, somos una «nueva creación»; somos nuevas criaturas. Hoy nosotros somos hombres nuevos por la gracia bautismal y por los demás sacramentos. Hoy, con toda verdad, podemos decir que nos hemos transfigurado en Cristo resucitado. Los cristianos participamos, pues, de la muerte de Cristo para participar también del triunfo de su resurrección gloriosa.
La Buena Noticia para nosotros es que la resurrección ya ha comenzado desde nuestro bautismo, pues en él hemos muerto con Cristo al pecado, para nacer ya a una vida nueva. Por eso cada vez que nos arrepentimos de nuestros pecados, que dejamos el camino de la perdición, que regresamos al camino de Dios, que luchamos por lo que es justo, y nos jugamos la vida por el Evangelio, estamos resucitando.
La resurrección de Cristo es fuente de alegría y de esperanza para los apóstoles y para el mundo entero. La vida del cristiano no tendría sentido sin la resurrección. El misterio de la resurrección de Cristo es el más sólido fundamento de nuestra fe y la garantía segura de nuestra propia resurrección. La resurrección de Cristo da sentido a nuestra existencia, ilumina nuestro sendero, dirige y acompaña nuestro obrar y fortalece nuestra esperanza.
Busquemos a Cristo resucitado y si lo encontramos demos testimonio de esta verdad. Un día María Magdalena y los apóstoles Pedro y Juan buscaron a Cristo resucitado y lo encontraron, y difundieron la Buena Noticia a los demás. Hoy nos corresponde a nosotros seguir buscando al Resucitado y seguir anunciándole al mundo que Cristo vive en medio de nosotros. Nuestra tarea es ser testigos de la muerte y de la resurrección de Cristo.
En este tiempo privilegiado de Pascua, que Dios nos regala, sigamos profundizando en el tema de nuestra inserción en el Misterio Pascual de Jesucristo y comprometámonos más seriamente a vivirlo en nuestra existencia de cada día. En la Sagrada Eucaristía, que es nuestra Pascua, participamos de la vida nueva de Cristo resucitado; y en este sacramento admirable tenemos una garantía segura de que un día nos reuniremos en torno al Cordero inmolado, marcado aún con las señales del suplicio, pero que está en pie en señal de resurrección, revestido de gloria, atrayendo hacia Sí a todos sus fieles (Ap. 5, 6-12; 12, 11; 14, 1-5).
Hermanas y hermanos: Demos gracias a Dios por todas las bendiciones que Él ha derramado en esta Semana Santa… Al igual que María Magdalena, Pedro y Juan, busquemos nosotros a Jesús resucitado; y, una vez que lo encontremos, démosle esta Buena Noticia a los demás.
Cristo resucitó. ¡Aleluya! ¡Aleluya! Felices Pascuas de Resurrección para todos; y que Dios nos siga bendiciendo con los dones preciosos de la salud, de la vida y de la paz.