Para la gloria de Jesucristo y la extensión del Reino
de Dios en la tierra
Para la gloria de Jesucristo y la extensión del Reino
de Dios en la tierra
SIETE PALABRAS DE AMOR Y DE VIDA ETERNA
PRÓLOGO
Oh buen Jesús: Permítenos unirnos a la ofrenda de tu vida iniciada en el misterio de la Encarnación, consumada en el altar del Calvario, perpetuada en el misterio de la Eucaristía y establecida para siempre en el altar del cielo. Amén.
Hermanas y hermanos: Hoy la liturgia nos invita a mirar, desde la fe, el árbol de la cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo. La cruz es un signo del amor del Padre celestial que nos entrega a su propio Hijo, y un signo del amor del Hijo que entrega todo, hasta su misma vida, para salvarnos a todos. El árbol de la cruz es «el árbol de la vida» en el que se le devuelve al hombre la vida perdida en el árbol del paraíso. Desde el árbol la cruz el Hijo de Dios nos enseña a dialogar con el Padre celestial y con el mundo. Y los frutos deliciosos de este diálogo amoroso que se escucha en «el árbol de la vida» son el perdón, la reconciliación y la paz.
En el drama misterioso del Mártir del Calvario hay miradas hacia la cruz y miradas desde la cruz. Son miradas que expresan los sentimientos del corazón. En la cumbre del Gólgota se cumple la profecía de Zacarías cuando dijo: “Mirarán al que traspasaron” (Za. 12, 10). Las miradas hacia la cruz, unas están saturadas de frivolidad, de apatía, de indiferencia, de curiosidad y de odio; y otras, por el contrario, son miradas amigas, compasivas, agradecidas y colmadas de esperanza. Desde la cruz también hay miradas hacia el infinito Reino de los cielos y hacia el mundo. Las miradas desde la cruz son impresionantes, desconcertantes y plenas de amor y de perdón.
Miremos también nosotros la cruz del Calvario; pero hagámoslo desde la perspectiva de la fe, pues sólo así nos encontraremos con Jesucristo, nuestra única esperanza de salvación. Con mucha fe, con humildad, en silencio y con profundo respeto, contemplemos hoy a Cristo crucificado reconociendo nuestras propias culpas; y, porque Él desde la cruz nos perdona nuestros pecados, démosle gracias desde el fondo de nuestro corazón. Y si al mirar la cruz de Cristo nos reconocemos cómplices de otras cruces, culpables del odio, del egoísmo, de la injusticia, o del sufrimiento de otros hermanos nuestros… seamos sinceros, dialoguemos con el ofendido y pidámosle perdón.
La actitud de un cristiano ante la cruz del Viernes Santo no puede ser ni de indiferencia, ni de cobardía, ni de evasión, ni de miedo. Cristo no nos guarda rencor, como tampoco les guardó rencor a los que le condenaron, a los que se burlaron de Él. Su rostro ensangrentado y sus manos extendidas y clavadas en la cruz son expresiones de su sacrificio voluntario y por amor, pues Él es el «Cordero inmolado», el que quita el «pecado del mundo».
Hermanas y hermanos: Centremos toda nuestra atención en las siete palabras de amor y de vida eterna que proclamó Jesucristo en el Calvario; y abramos nuestros corazones al diálogo con el Padre celestial y con nuestros semejantes. Escuchemos, pues, a Dios en la persona de su Hijo Redentor y hablemos con Él a través de la oración.
Oh buen Jesús: Infinitas gracias te damos por todas las bendiciones que en esta Semana Santa estás derramando en nuestros corazones. Infinitas gracias te damos por habernos permitido hoy conmemorar el misterio de tu sagrada pasión. Te suplicamos, Señor, que tu preciosísima Sangre derramada en el altar del Calvario y perpetuada en el misterio de la Eucaristía nos purifique de todos nuestros pecados; y que tus siete palabras de amor y de vida eterna sean una antorcha luminosa contra odios y rencores y contra injusticias y opresiones. Oh buen Jesús: Tú tienes palabras de vida eterna; habla, Señor, que nosotros te escuchamos.