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“¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?” (Mt. 27, 46).

Hermanas y hermanos: Dios nunca nos ha abanado. Él ha estado siempre con nosotros, ayudándonos especialmente en los momentos más difíciles. Es que, como dice el Salmista: “Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo salva de sus angustias” (Sal. 34, 18). Que el Espíritu de Dios nos asista todos los días y nos colme de mucha fortaleza, para aguantar el peso doloroso de todos los ¿por qué? de nuestra vida.

 

La cuarta palabra que Jesucristo proclamó en el Calvario, dirigida a su Padre del cielo, es una oración de súplica, en forma de pregunta, tomada del Salmo 22 y que dice: “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?”.

 

Este interrogante profundo sobre «el porqué del abandono» nos lleva a pensar en el silencio de Dios frente al problema del sufrimiento. Pero este silencio del Padre ante el sufrimiento del Hijo no significa propiamente abandono, y será algo que sólo lo entenderemos cuando la luz de la fe nos muestre que del silencio brota el misterio glorioso de la resurrección. Cuando contemplemos este misterio de la resurrección del Señor, entonces comprenderemos que era necesario que el Hijo de Dios padeciera y muriera para poder entrar en la gloria del cielo (Lc. 24, 26). El silencio de Dios no es por motivo de distancia, no es descuido, no es olvido, no es abandono…, pues el Padre y el Hijo son dos personas inseparables, son dos personas que viven en comunión perfecta de bienes y acciones, pensamientos y sentimientos. De la cuarta palabra de la cruz, san Juan Pablo II dijo: “El grito de Jesús: -“¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?”- no delata la angustia de un desesperado, sino la oración del Hijo que ofrece su vida al Padre en el amor para la salvación de todos” (*). En definitiva, el abandono de Cristo en el Calvario no es por parte de Dios su Padre. El abandono de Cristo es por parte de los hombres que no quieren aceptar la salvación y que viven cada vez más lejos de Dios.

 

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(*) Carta Apostólica - NMI -  Novo Millennio Ineunte = El Nuevo Milenio Naciente, N° 26.

En el Calvario Cristo está rodeado de mucha gente y sin embargo Él se siente abandonado. Cristo se siente abandonado por el cambio repentino de la multitud. Cristo se siente abandonado porque muchos lo rechazaron. Cristo se siente abandonado porque la multitud ya no es la misma que cantaba Hosannas y Aleluyas y que decía: “Bendito el que viene en nombre del Señor; viva el Rey de Israel” (Jn. 12, 13). El pueblo le ha vuelto la espalda al Mesías Redentor; por eso Él se siente abandonado. La historia de las relaciones amorosas entre Dios y los hombres se repite. Ya Dios había experimentado este abandono con la infidelidad del pueblo de Israel. Y hoy, en este abandono están involucrados los cristianos que, a causa del pecado, se han alejado de la casa paterna, como el Hijo Pródigo. Y hoy, en este abandono están igualmente involucrados aquellos cristianos que han cambiado su religión católica por una secta protestante. Pero no es tarde para retornar a Dios, porque ahora es el tiempo de la reconciliación.

 

La tarde del Calvario es la tarde del abandono y la tarde de los ¿por qué? La cruz son dos trozos de madera o de algún metal unidos transversalmente; pero la cruz la podemos dibujar también en forma de un interrogante, en forma de un ¿por qué? ¿Quién no tiene un por qué en la vida?  Todos tenemos un montón de ¿por qué? Todos preguntamos ¿por qué? ¿Por qué? pregunta el niño, pregunta el joven, pregunta el adulto, pregunta el anciano, pregunta el pobre y pregunta el rico… Muchos seres humanos se preguntan: ¿por qué esto?,  ¿por qué aquello?, ¿por qué yo soy así?, ¿por qué nací pobre?, ¿por qué esta enfermedad?, ¿por qué este temperamento tan violento?, ¿por qué esta esposa que no me hace feliz?, ¿por qué este esposo tan borracho?, ¿por qué estos hijos tan desobedientes y rebeldes?, ¿por qué tanta corrupción?, ¿por qué tanta infidelidad en el matrimonio?, ¿por qué tanta violencia intrafamiliar?, ¿por qué el sufrimiento?, ¿por qué el dolor?, ¿por qué la enfermedad, ¿por qué la muerte?, ¿por qué?

 

El mayor ¿por qué? de la historia es el Hijo de Dios clavado en una cruz que pregunta también a su Padre: ¿Por qué?... Cristo fue crucificado en un ¿por qué? para recoger todos nuestros ¿por qué? y ofrecerlos a su Padre. Nuestros ¿por qué? no terminan en la oscuridad y en el silencio. Nuestros ¿por qué? son los misterios del sufrimiento y de la redención. Y sólo la fe, la esperanza y el amor a Cristo crucificado nos dan fuerza para aceptar todos nuestros ¿por qué?, aún sin entenderlos y hasta para abrazarlos y besarlos con amor. Juntemos, hermanos, todos los ¿por qué? de nuestra vida con el infinito ¿por qué? que es Cristo clavado en una cruz que pregunta también a su Padre: “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?”.

 

“Cristo padeció por nosotros - nos dice san Pedro - dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas…”  (Iª Pe. 2, 21). Cristo cargó con la pesada cruz de todos nuestros pecados y de todos nuestros ¿por qué? Cristo nos enseñó a pedir ayuda al Padre celestial para no decaer ante el problema del sufrimiento.

 

Hermanas y hermanos: A la luz de la sagrada pasión de nuestro Señor Jesucristo, afrontemos todos nuestros ¿por qué? con audacia, con valentía y con fe, con la seguridad de que Dios está con nosotros para ayudarnos, porque Él nunca nos abandona. Y para amortiguar el peso de todos nuestros ¿por qué? y estar bien acompañados todos los días de nuestra vida: No abandonemos a Jesucristo y a su santa Iglesia. No abandonemos nuestra religión católica. No abandonemos nuestros hogares. Esposos: No traten mal a sus esposas y no las abandonen. Esposas: No traicionen a sus esposos y no los abandonen. Apreciados padres de familia: Quieran mucho a sus hijos, no los maltraten y no los abandonen, que ellos son el regalo más grande que Dios les ha dado, después del precioso regalo de la vida. Queridos hijos: Pórtense muy bien con sus padres y no los abandonen. Hermanos todos: Hagamos de nuestra familia una verdadera comunidad de vida y de amor; y no abandonemos a Dios, que Él tampoco nos abandona.

 

Oh buen Jesús: Te damos gracias porque en tu cuarta palabra anticipaste todos nuestros ¿por qué? Te damos gracias porque nos enseñaste que hay que buscar a Dios, con mayor razón, en los momentos más oscuros de nuestra vida. Maestro divino: Enséñanos a vivir en comunión de amor, para que ninguno sufra el problema del abandono. Quédate con nosotros, Señor; acompáñanos todos los días de nuestra vida; cólmanos de tus bendiciones; y guíanos por el camino de la felicidad eterna. Amén.

Oficina Cr. 9 N° 10 - 34 Garagoa Cel: 310.214.49.78

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