Para la gloria de Jesucristo y la extensión del Reino
de Dios en la tierra
Para la gloria de Jesucristo y la extensión del Reino
de Dios en la tierra
“Mujer, he ahí a tu hijo; hijo, he ahí a tu Madre” (Jn. 19, 26-27).
El Calvario es el primer templo cósmico y universal; es el primer templo católico, norma y modelo de todos los que vengan después; es el escenario gigantesco donde se juntan el cielo con la tierra y el hombre con su Creador. En las alturas celestes está el Padre; en medido está Cristo; y aquí abajo - personificada en los apóstoles - se encuentra la primera Iglesia; y - con la Iglesia - María al pie de la cruz, protagonista con nosotros de la tercera palabra: “Mujer he ahí a tu hijo; hijo, he ahí a tu Madre”.
María es grande. María de Nazaret es grande porque es humilde, porque es la mujer llena de gracia y bendita entre todas las mujeres. María es grande porque es la Madre del Redentor del mundo y porque su alma se eleva hasta el cielo para proclamar la grandeza del Señor. María es grande por su valentía para afrontar el misterio de la dolorosa pasión de su divino Hijo. Es admirable la grandeza de la Reina celestial por sus preciosas joyas - vale decir - por sus brillantes valores y virtudes; es grandiosa - en modo especial - por su total obediencia a la voluntad de Dios. El candor de María nos encanta; su silencio nos impresiona; su ejemplo nos conmueve.
La Virgen María es Madre de Dios y Madre nuestra. Ella es la nueva Eva, Madre de la Vida; ella es la Madre de Jesús, el Buen Pastor que vino a dar la vida por sus ovejas (Jn, 10, 11). María aparece íntimamente unida a su divino Hijo desde la encarnación y su nacimiento hasta el momento de su muerte. María ha acompañado a su divino Hijo desde el comienzo hasta el final, y ha participado en su obra redentora, pero su misión no termina en el Calvario. Esta tercera palabra de Jesús es para María el comienzo de una nueva maternidad. Desde el momento misterioso de la encarnación del Verbo, María comienza a ser Madre de Dios; y desde el Calvario, en la persona del discípulo amado de Jesús, María comienza a ser Madre de la Iglesia.
Belén y el Calvario son los momentos grandes de María; son la clave de su vida y la razón de su existencia. Belén y el Calvario son escenarios misteriosos de la maternidad de María: En el portal de Belén contemplamos a la bienaventurada Virgen María, rodeada de ángeles y pastores, radiante de alegría, protagonista con el Niño Dios, desempeñando el papel de la maternidad física; y en la cumbre del Calvario la contemplamos llena de dolor, protagonista de la redención del mundo, recibiendo de labios de su Hijo el cuidado espiritual de la Iglesia.
En el Calvario, María se ubica en un puesto importante; en el lugar que le corresponde. Nadie como María ha estado tan cerca de Cristo en su agonía. Nadie como María ha escuchado con tanta piedad y devoción las palabras del Hijo moribundo. Ninguna madre tan valiente como María aguanta en su corazón el martirio de su Hijo. Ella sostiene la cruz con fe y con valor.
En el Calvario la Virgen María está presente ofreciéndonos a su divino Hijo, repitiendo - así - la escena de la presentación en el Templo. En el Calvario, hoy contemplamos el Sagrado Corazón de María inundado de dolor, pero radiante de esperanza en un glorioso amanecer. El idilio amoroso entre el Hijo Agonizante y la Madre Dolorosa, en esta tercera palabra de la cruz, nos abre una puerta para hablar en esta tarde de la mujer protagonista de obras grandes, de la mujer madre de la vida y de la mujer modelo de comunión.
Mujeres inteligentes: Ustedes han sido creadas por amor y para amar. Ustedes, que son las gestoras de la vida y el corazón del hogar, amen y serán felices. El amor ennoblece y perfecciona el alma. Las virtudes, como la humildad y la honestidad, la sinceridad y la fidelidad, son las joyas más preciosas que la mujer puede exhibir, porque le adornan su cuerpo y su alma, porque le dan sencillez, candor y belleza integral.
Mujeres prudentes: Mantengan sus lámparas encendidas, para que encuentren el camino bueno a seguir y eviten el camino que lleva al abismo de la perdición. Mujeres pensantes: Huyan de la vanidad y del orgullo; y no vendan sus cuerpos por ningún precio. El dinero es importante en sus vidas, pero más importante es su dignidad moral.
Esposas y madres de familia: Sean fieles a sus esposos y den buen ejemplo a sus hijos. Luchen constantemente en defensa de la unidad y la indisolubilidad del matrimonio, y busquen cuidadosamente la clave, para que sus familias no se acaben por falta de amor. Preocúpense por cuidar la vida que gesten en sus vientres, y no conviertan sus entrañas maternas en tumbas de muerte. Propaguen con mucho esmero la cultura de la vida, y eduquen responsablemente a sus hijas porque nuestra sociedad se está llenando de madres adolescentes. Y cuiden muy bien a sus hijos, porque - rumores se escuchan - que hay algunos que están consumiendo droga.
Mujeres católicas: Imiten a la Virgen María, porque de las mujeres de hoy depende la sociedad del mañana; porque mañana no habrá hombres buenos, si hoy no hay mujeres buenas, como hijas, como esposas y como madres inteligentes. Imiten a la Virgen, porque de las mujeres buenas es de donde nacen los buenos ciudadanos servidores de los pueblos; y porque de las entrañas de las mujeres buenas y santas es de donde brotan las vocaciones sacerdotales y religiosas.
Mujeres cristianas: Sean también ustedes modelo de comunión. En sus familias, en la sociedad y en la Iglesia, sean ustedes las promotoras del diálogo, del perdón y de la reconciliación; y sean ustedes también las gestoras de la paz. De sus familias hagan ustedes una verdadera cuna de la vida, una escuela de virtudes y un santuario de oración; y no tengan miedo en asumir, en la Iglesia, compromisos de trabajo, para gloria de Dios y la extensión de su Reino en el mundo.
Hermanas y hermanos: La Virgen María resplandece hoy como ejemplo de fidelidad y de coraje; sigamos sus huellas; sigamos sus huellas, recorriendo - con ella y como ella - el camino de la fe, el camino del sacrificio, el camino de la cruz… y pongamos en práctica estas enseñanzas, y seguro que nuestra vida cambiará. Mujeres, esposas y madres de familia: Que Dios las siga bendiciendo, y que la Santísima Virgen María las proteja bajo su manto maternal.
Oh buen Jesús: Gracias por Mamá Linda, la mujer que nos trajo a este mundo; y gracias por habernos dejado a María como nuestra Madre. Permítenos que ella permanezca siempre junto a la cruz de nuestro dolor. Ruega por nosotros Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo. Amén.